Al final de este viaje maravilloso, aún brilla el fulgor de la Ensaladera de Plata, esta ilustre dama, la vieja Copa Davis. Sus rayos de plata relampaguean en el último gran resplandor del año más hermoso del deporte español. El año menos repetible del tenis: el que, en secuencia asombrosa, depositó en España las conquistas de Roland Garros, Wimbledon, el número uno del mundo, el oro olímpico y, al fin, la tercera Copa Davis en la historia... y la primera que no se gana en pista española.
Ha sido (es aún) un viaje inolvidable, cuyo epílogo escribió el último de los 66 golpes ganadores de Fernando Verdasco, el que atravesó la pista azulada de Mar del Plata como una bala de diamante. Tras cuatro horas menos cuatro minutos de una de esas batallas que han dado fama a la Davis, el tiro zurdo de Verdasco rompió la dolorida espalda de Acasuso al tercer match point. A España ya sólo le quedaba voltear la Ensaladera
La presencia de Del Potro en el cuarto punto de la final se comprobó imposible en la noche del sábado. Argentina iba a tirar de Acasuso, para evitar el riesgo de que a Del Potro le explotara el castigado muslo en mitad del partido. Verdasco supo que jugaba a primera hora de la mañana, tras una reunión de consenso entre Emilio Sánchez Vicario y David Ferrer. Con todas las expectativas abiertas, a Emilio sólo le quedaba contrastar el estado físico y anímico de Verdasco, con algún problema en pies y muñeca tras el dobles. Y, cuando Verdasco dio luz verde, se puso en marcha la última batalla del Año Maravilloso
Un análisis técnico del partido Verdasco-Acasuso no tendría mucho sentido a estas alturas. Verdasco es tan superior como el número 16 del mundo pueda serlo en relación al 48, pero en un día así no es posible aislarse de ese aleteo siniestro: la angustia de la tensión. Verdasco ganó el primer set, se tambaleó en el segundo y tercero entre las andanadas de Acasuso y sus nueve dobles faltas y sacó adelante con entereza la cuarta manga: crucial, decisiva, vital. Si la perdía, era el 2-2. Si la ganaba, extendía el partido y disparaba contra las endebles reservas de Acasuso. Entre penas y fatigas, Fernando resistió, ya con dos hemisferios al borde del infarto y, con ese cuarto set liquidado Acasuso se derrumbó entre espasmos abdominales, pidiendo asistencia médica.
Lo que sobrevino se pareció más al decimoquinto asalto de un brutal combate de boxeo que al quinto set de un partido de tenis. En cada movimiento, Acasuso era un dolor, despertaba compasión. Inquieto y anhelante, Feliciano López regresaba del vestuario, donde había empezado a calentar para el teórico drama del quinto punto ante Nalbandián. Y, aleccionado por Emilio, Verdasco ya era un pegador letal, como esos killers que buscan destruir al rival por la ceja que ya sangra y se va cerrando. Verdasco martilleó el revés de Acasuso, cuya última carga fue en el cuarto juego. Ahí, ya con 3-0 para Verdasco, Acasuso aún tuvo dos bolas de break. El último estertor. El 4-0 enmudeció para siempre a todas las barras bravas del Islas Malvinas. 4-1. 5-1. Acasuso fue a servir y Verdasco comenzó a ligar match points, como la cuenta de un árbitro ante un boxeador tendido en el tapiz. Arriesgando al límite, Acasuso rescató dos de esos puntos de Davis, pero, al tercero, el fundido misionero argentino (de Posadas, Misiones) sólo pudo aceptar, roto en un rincón, el drive definitivo de Verdasco, como un tiro de gracia.
Ahí estalló el final. De rodillas, Verdasco ardía en lágrimas. El héroe Feliciano, torero siempre, se arrojó a la pista para alzar a su compañero del alma, como uno de aquellos quites del maestro Antonio Ordóñez a su yerno Paquirri. Se supone que Nadal dejó de quemar televisores y empezó a electrocutar los teléfonos móviles. Y ahí empezaron a agolparse los recuerdos
Ha sido (es aún) un viaje inolvidable, cuyo epílogo escribió el último de los 66 golpes ganadores de Fernando Verdasco, el que atravesó la pista azulada de Mar del Plata como una bala de diamante. Tras cuatro horas menos cuatro minutos de una de esas batallas que han dado fama a la Davis, el tiro zurdo de Verdasco rompió la dolorida espalda de Acasuso al tercer match point. A España ya sólo le quedaba voltear la Ensaladera
La presencia de Del Potro en el cuarto punto de la final se comprobó imposible en la noche del sábado. Argentina iba a tirar de Acasuso, para evitar el riesgo de que a Del Potro le explotara el castigado muslo en mitad del partido. Verdasco supo que jugaba a primera hora de la mañana, tras una reunión de consenso entre Emilio Sánchez Vicario y David Ferrer. Con todas las expectativas abiertas, a Emilio sólo le quedaba contrastar el estado físico y anímico de Verdasco, con algún problema en pies y muñeca tras el dobles. Y, cuando Verdasco dio luz verde, se puso en marcha la última batalla del Año Maravilloso
Un análisis técnico del partido Verdasco-Acasuso no tendría mucho sentido a estas alturas. Verdasco es tan superior como el número 16 del mundo pueda serlo en relación al 48, pero en un día así no es posible aislarse de ese aleteo siniestro: la angustia de la tensión. Verdasco ganó el primer set, se tambaleó en el segundo y tercero entre las andanadas de Acasuso y sus nueve dobles faltas y sacó adelante con entereza la cuarta manga: crucial, decisiva, vital. Si la perdía, era el 2-2. Si la ganaba, extendía el partido y disparaba contra las endebles reservas de Acasuso. Entre penas y fatigas, Fernando resistió, ya con dos hemisferios al borde del infarto y, con ese cuarto set liquidado Acasuso se derrumbó entre espasmos abdominales, pidiendo asistencia médica.
Lo que sobrevino se pareció más al decimoquinto asalto de un brutal combate de boxeo que al quinto set de un partido de tenis. En cada movimiento, Acasuso era un dolor, despertaba compasión. Inquieto y anhelante, Feliciano López regresaba del vestuario, donde había empezado a calentar para el teórico drama del quinto punto ante Nalbandián. Y, aleccionado por Emilio, Verdasco ya era un pegador letal, como esos killers que buscan destruir al rival por la ceja que ya sangra y se va cerrando. Verdasco martilleó el revés de Acasuso, cuya última carga fue en el cuarto juego. Ahí, ya con 3-0 para Verdasco, Acasuso aún tuvo dos bolas de break. El último estertor. El 4-0 enmudeció para siempre a todas las barras bravas del Islas Malvinas. 4-1. 5-1. Acasuso fue a servir y Verdasco comenzó a ligar match points, como la cuenta de un árbitro ante un boxeador tendido en el tapiz. Arriesgando al límite, Acasuso rescató dos de esos puntos de Davis, pero, al tercero, el fundido misionero argentino (de Posadas, Misiones) sólo pudo aceptar, roto en un rincón, el drive definitivo de Verdasco, como un tiro de gracia.
Ahí estalló el final. De rodillas, Verdasco ardía en lágrimas. El héroe Feliciano, torero siempre, se arrojó a la pista para alzar a su compañero del alma, como uno de aquellos quites del maestro Antonio Ordóñez a su yerno Paquirri. Se supone que Nadal dejó de quemar televisores y empezó a electrocutar los teléfonos móviles. Y ahí empezaron a agolparse los recuerdos
Los recuerdos del viaje alucinante a través del Año Más Hermoso. Después de Montecarlo, Barcelona y Hamburgo, nos vimos en Roland Garros, donde Nadal galopó sobre París y Federer por cuarto año consecutivo. En Wimbledon, Rudyard Kipling enseñó a Nadal a tratar del mismo modo a esos dos impostores, el Triunfo y el Desastre. Pero entre las tinieblas del All England sólo acudió el Triunfo, en presencia del genio Santana
Llegaron el número uno, el oro de Pekín y el Príncipe de Asturias, también para Nadal. Y en Las Ventas, en septiembre, el tenis español se reagrupó junto al mismo Nadal, como una cuadrilla de toreros que firmaran contrato para la gran final de la Davis. Esta final que los lobos argentinos creían tener en los colmillos, cuando un tendón de Nadal dijo "basta". No contaban con las alas de fuego del mejor Feliciano, con la solidaridad española en torno a Ferrer y a los consolidados doblistas, con el talento de Verdasco. Esta Davis es el último resplandor del Año Maravilloso. Fue tan alucinante como estupendo. El brillo de plata de la Ensaladera encierra todos esos recuerdos dorados: París, Kipling, Wimbledon, Pekín, Mar del Plata. Habrá más viajes maravillosos. Volverán todos. Volveremos.
Llegaron el número uno, el oro de Pekín y el Príncipe de Asturias, también para Nadal. Y en Las Ventas, en septiembre, el tenis español se reagrupó junto al mismo Nadal, como una cuadrilla de toreros que firmaran contrato para la gran final de la Davis. Esta final que los lobos argentinos creían tener en los colmillos, cuando un tendón de Nadal dijo "basta". No contaban con las alas de fuego del mejor Feliciano, con la solidaridad española en torno a Ferrer y a los consolidados doblistas, con el talento de Verdasco. Esta Davis es el último resplandor del Año Maravilloso. Fue tan alucinante como estupendo. El brillo de plata de la Ensaladera encierra todos esos recuerdos dorados: París, Kipling, Wimbledon, Pekín, Mar del Plata. Habrá más viajes maravillosos. Volverán todos. Volveremos.
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